Sinopsis
«Han matado a mi amigo, han matado a mi amigo». Así lloró, con toda la pena de sus nueve años, Santiago Abascal cuando supo por televisión que ETA había asesinado a Estanis, el cartero de su pueblo. Era el 26 de junio de 1985 y ese día tuvo por primera vez el sentimiento de pertenencia a una comunidad: la de las víctimas del terrorismo; sentimiento que le avivarían en casa —donde nunca le ocultaron la verdad, el mejor antídoto contra el miedo— al mostrarle las cartas de extorsión que la banda había enviado a su abuelo. Se trataba solo del comienzo, de una campaña que años después eclosionaría en amenazas, ataques al negocio familiar e intentos de asesinato. Pero los terroristas no lograron que los Abascal perdiesen su alegría de vivir, o se sintieran extranjeros en su patria o arriasen la bandera. Resistieron, como tantos en el País Vasco, no porque fueran héroes o locos, sino porque era su deber.
Sin embargo, este libro no es solo la crónica de una persecución; es, sobre todo, la historia de Santiago Abascal, un español que no se rinde, uno de los hombres de su generación con pasado trepidante y mayor proyección de futuro, un político que quiere seguir fiel a sus ideas —de ahí que haya puesto fin a su militancia en el Partido Popular con una carta abierta a Mariano Rajoy y que hoy sea secretario general de Vox— y que juega los partidos de la vida sin calcular riesgos, siempre en primera línea.
Pero que sea él el protagonista de estas páginas no significa que esté solo; por ellas desfilan muchos personajes interesantes –Jaime Mayor Oreja, José Antonio Ortega Lara, María San Gil…—, que unen su trayectoria en una aventura política apasionante por la defensa de la unidad de España.
Abascal era una de las caras visibles de joven en el país vasco frente a ETA. Cosa que no podemos decir de la gran mayoría de los que a día de hoy siguen hablando de Franco, muchos ni lo vivieron.
Ni sectas ni leches. Esa portada da asco. No sabes dónde mirar, porque el nombre del tipo, el título y la foto compiten por tu atención y se mezclan sin ton ni son. El punto de mira en la O de “Rindo” le resta fuerza al título porque pone un símbolo del miedo en un mensaje que debe transmitir fuerza. El subtítulo bajo la foto contribuye a reventar esa zona de la portada y añade más cosas que leer cuando lo que una portada debe hacer es despertar tu curiosidad, no venderte un discurso político (eso lo puedes meter en la sinopsis). Y además, poner tu foto en la portada de tu libro con un título rimbombante y en esa actitud es un tanto egocéntrico.
Es que vamos, lo único que parece que han hecho bien en toda la portada es poner el título del “protagonista” encima del título para crear un mensaje seguido, aunque luego lo acaban de joder al añadir el siguiente nombre (“Santiago Abascal, No Me Rindo” parece una cita a un político, pero “Santiago Abascal, No Me Rindo Con Gonzalo Altozano” parece más una declaración del Hola).
Podrían haber reducido el nombre del protagonista y el título, poner una foto algo menos “chulesca” y más artística, deshacerse del subtítulo, y poner al final del todo y más pequeño lo de la colaboración del tal Altozano. O no ponerla en absoluto. Incluso pasarla a la sinopsis.