1/4 de Final G1
Diamondback vs Amante Rechoncho con la condición “El escrito debe representar un libelo infamatorio del personaje principal hacia otro personaje, grupo o asociación".
—¿Podéis pausar el juego un momento, por favor?
Pedro, Luis y Antonio hicieron caso omiso al ruego de Fran y continuaron con su partida al PES 2020 .
—¡Pero pásamela, melón, que estoy solo!
—¿Qué dices, tío? ¡Mira qué jugadita!
—¡Que paréis el puto juego de una vez, hostias! —exclamó Fran con visible y creciente cabreo, mientras le quitaba el mando a Luis, el más cercano, y pulsaba el botón de pausa. Las quejas de los tres jóvenes no se hicieron esperar, aunque Fran las ignoró y siguió hablando—. A ver, ¿quién se ha comido mi yogur de piña?
—¿Qué?
—¿Estás de coña, Fran? ¿Nos cortas el partido por un puto yogur?
—Eh, Toni, a lo mejor es que tenía premio en la tapa. —Los tres compañeros de piso se rieron ante la ocurrencia de Pedro. A Fran no le hizo tanta gracia.
—Para eso tendría que haberlo abierto primero, listillo. No es por el puto yogur, joder, es por la falta de respeto. Y no es la primera vez que me pasa, ojo: la semana pasada alguno me cogió una cerveza.
—Ahora que lo dices, el otro día me faltaban un par de latas de Coca-Cola —dijo Pedro.
—A mí me desapareció un paquete de galletas a medias —expresó Antonio—. Y de las de chocolate.
—Pues… —dijo Luis— a mí me han robado los cascos del móvil.
—¡No jodas!
—¿Aquí, en casa?
—Creo que sí. No dije nada porque no estaba seguro de si los había perdido por la calle, pero juraría que anoche cuando llegué los tenía en el bolsillo del abrigo. Esta mañana no los he encontrado, ni en los bolsillos, ni en la mochila, ni revolviendo mi cuarto.
—Joder, esto ya es más serio que lo de mi yogur, que los auriculares son casi doscientos euros.
—Pues desde anoche no ha estado nadie en casa que no seamos nosotros cuatro —afirmó Antonio. Ninguno habló mientras se miraban unos a otros: todo indicaba que había un ladrón entre ellos.
—Joder…
—¡Qué mal rollo, tío!
—Bueno, enseguida saldremos de dudas.
—¿A qué te refieres, Fran? —preguntó Luis.
—Como digo, ya me habían volado varias cosas de la nevera, así que puse algunas trampas. Al yogur, por ejemplo, le inyecté laxante; y no creo que el que se lo ha comido tarde mucho en sentir los efectos.
—¡Venga ya! ¿Lo dices en serio? —La cara de incredulidad de Pedro era reflejo de las de Luis y Antonio.
—Totalmente. Así que vamos a quedarnos todos aquí sentaditos, a ver qué pasa — y se acomodó en el sillón contiguo al sofá en el que estaban los otros tres. El silencio era sepulcral.
No transcurrió mucho tiempo hasta que Pedro empezó a ponerse pálido, a la vez que gotitas de sudor se acumulaban en su frente. Antonio fue el primero en darse cuenta.
—¿Pedro, te encuentras bien?
—Yo… ¡Sí, perfectamente! —El sonido que brotó de sus tripas, unido a la mueca de dolor que le produjo el retortijón que lo siguió, desmentía sus palabras entrecortadas—. ¡Tíos, de verdad que yo no me he comido ese puto yogur! ¡Si ni siquiera me gustan los de piña! —exclamó mientras se levantaba y corría hacia el baño. El portazo que dio fue pronto empequeñecido por los ruidos que sonaron a continuación.
—Parece que ya tenemos al ladrón de comida. Y seguramente, también al que te robó los cascos, Luis.
—¿Tú crees, Fran? ¡Joder, qué fuerte!
—Creo que esos gritos de sufrimiento que vienen del baño hablan por sí solos. Y antes de que se fuese Vicen y viniese Pedro a vivir aquí nunca nos había desaparecido nada.
—¡Qué hijo de puta! ¡Lo quiero fuera de casa mañana mismo! —los otros dos estuvieron de acuerdo—. Voy a ver si encuentro mis cascos en su cuarto. Toni, échame una mano.
Fran, ya solo en el salón, sonrió pensando en que al fin se libraría de Pedro, al que no soportaba, y en los noventa euros que había sacado por los cascos de Luis. El laxante que había echado a escondidas en la cena de Pedro había funcionado a la perfección. Cogió un mando y se dispuso a echar un partido.