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Grupo A: Un relato de temática vampírica
Amor a través de los tiempos
—¡Señor Black! —el huésped de la primera planta me asaltó en cuanto escuchó el crujir del primer escalón. Contuve un suspiro—. Lo hemos vuelto a ver esta noche. Creemos que ha anidado en el tejado.
—Oh, ¿sí?
—¡Y se oyen unos sonidos horribles! Debe usted hacer algo.
—Por supuesto, John. Informaré a control de plagas. Ahora, si me disculpa, acabo de llegar del trabajo y estoy destrozado.
Mis inquilinos dicen que la casa está encantada. Llevo 253 años viviendo aquí y no he notado nada, probablemente sólo lo hacen para que les baje el alquiler. Insisten en que está en un estado ruinoso pero qué saben ellos, no reconocerían una reliquia ni aunque la utilizasen de pisapapeles. Además, no encontrarán un alojamiento más barato en todo Washington.
Claramente ser un vampiro tiene sus ventajas hoy día, especialmente ahora que las noches son más largas por el impacto de un meteorito en 2020. Un año glorioso, sin duda. Toda mi especie aulló de júbilo. Con catorce horas de oscuridad es fácil pasar desapercibido en una ciudad tan grande mientras caminas por calles abarrotadas de snacks. Cada vez son más los humanos que han adoptado la inversión horaria como modo de vida. Muchas cadenas y comercios ya se han adaptado a este cambio y afortunadamente para mí, los museos están entre ellos. El Smithsonian inaugura mañana “Amor a través de los Tiempos” , y aunque resulte algo cursi a mi edad, estoy deseando ir. Creo que en el fondo aún no he superado mi etapa dramática del romanticismo alemán.
Después de siglos sin opción a visitar galerías de arte fuera de la clandestinidad, la experiencia es revitalizante. Incluso pagué la entrada con gusto a pesar de no poder optar a la reducción por mayor de sesenta y cinco años. Aún parezco un mozalbete al fin y al cabo. Un moderado número de personas se arremolina a mi alrededor y sonrío para mis adentros pensando en el slogan de mi camiseta: I Want To Drink The Sexy Neck Milkshake . Estoy pasando junto a una vitrina con documentos de carácter epistolar cuando mis ojos recaen sobre una carta escrita con una caligrafía impecable en fino papel de trapo. Data de 1863 y aunque jamás la he leído, reconocí el estilo y la firma de mi mejor amigo Claude de forma instantánea. Yo, Harryson Black, era el destinatario.
—Qué cojones es esto —musité.
En plena Guerra de Secesión, Claude había insistido en que era el momento de tomar partido mientras yo alegaba que los conflictos humanos no eran de nuestra incumbencia. Había sido una fuerte discusión y se marchó a la guerra sin despedirse. Nunca lo volví a ver. Fue uno de los pocos vampiros que aún conservaba el idealismo y la pasión de su humanidad a pesar de que en aquel entonces hacía ya un cuarto de siglo que su corazón no latía. Aquella era una declaración de amor en toda regla, digna de una película y varios premios. Sin embargo había estado perdida durante más de dos siglos hasta acabar siendo propiedad pública y expuesta a miradas indiscretas en un museo estatal. Tenía ganas de gritar. Detuve a un vigilante de sala que pasó por mi lado.
—¿De dónde procede este artículo?
—Uhm, muchas de las cartas expuestas en esta sección han sido donadas por los descendientes del autor original…
Tuve una corazonada.
— Quiero acceso a su información de referencia —la hipnosis siempre había sido mi mayor talento, por lo que el efecto fue instantáneo. La chica asintió y comenzó a caminar mientras yo la seguía con una exhalación. No mucho después accedió a una terminal de registro y me dio un papel escrito con todos los datos personales del donante. Era él. Me marché sin mirar atrás.
Ya en la calle, vacilé sólo unos segundos. ¿De verdad era buena idea? Había pasado tanto tiempo… Quizás todo había cambiado. Quizás nada lo había hecho. Terminé de marcar el número de teléfono que me habían facilitado con el alma en vilo. Sonó tres veces antes de que alguien contestase.
—¿Diga?
—¿…Jean Claude Olivier?
—Así es, ¿con quién hablo?
—Soy Harryson Black… Siento llamarte así, pero… hay una carta tuya en el Smithsonian…