1/8 de Final F4
Mokuren vs Phoenix Kimmelman con la condición “Relato inspirado en una obra de Shakespeare".
Efímera
El sol hace su aparición otorgando su luz a las nobles tierras del reino de Dinamarca. La temperatura en Elsinor es agradable. Los lirios ya visten los campos, y los pájaros llenan con su canto un viento suave.
Cerca del castillo de Marienlist, en el lugar reservado para el descanso eterno, se afanan en preparar una tumba un par de campesinos sepultureros.
—¿Cristiana entonces? —pregunta el primero.
—Sí, cristiana, eso ha dicho el juez —responde el segundo.
—Vaya con la justicia. Es ciega hasta que la buena posición y el dinero obran el milagro de hacerla ver.
—Suicidio o no, nos han dicho que cavemos, cavemos pues.
—Muy bien. Un lago negro, un lago blanco… —se pone a cantar mientras cava.
Al mismo tiempo que ambos siguen con sus labores, pasean cerca Hamlet y Horacio, su amigo. Aquel que cava encuentra una calavera y la tira hacia atrás cayendo cerca del príncipe. Hamlet se detiene, toma el cráneo, y se pregunta cómo habría sido en vida esa persona, si fue buena, si fue alguien importante, y, sin embargo, para lo que había quedado, con su crisma tirada por el suelo como si fuese un bolo. Hamlet reflexiona, levanta su vista, y se acerca a los sepultureros. Siente una extraña curiosidad, de modo que les pregunta:
—¿De quién es esta tumba?
—Mía, mi señor —dice uno de ellos.
—La tumba es para muertos pero usted está muy vivo. Insisto, ¿de quién? —pregunta Hamlet de nuevo. Ignorando la pregunta, quien cava desentierra otra calavera que resulta ser, según el enterrador, de Yorick, una persona otrora por el príncipe conocida— ¡Ay! Pobre Yorick —se lamenta—, era un buen hombre. Siempre saludaba.
Tras decir estas palabras, el cortejo fúnebre hace su aparición. Aún en la distancia, se puede ver como Laertes lo encabeza. Un escalofrío amargo recorre todo el cuerpo de Hamlet, que junto con Horacio decide esconderse cerca. Pronto sus sospechas se confirman y descubre que Ofelia, su amada, está muerta.
Se hace el silencio, un silencio incómodo, mientras todos se congregan. El sacerdote lo rompe negándose a dar sagrado responso.
—Por respeto al resto de difuntos es que no lo haré. Sólo flores, repique de campanas, y cristiana sepultura —dice finalmente el cura.
—¿Nada más? —replica Laertes.
—Y nada menos —sentencia el sacerdote.
A continuación, la reina Gertrudis cubre de flores a la doncella, y lamenta que esas flores no cubrieran en realidad el lecho de bodas de su hijo Hamlet con Ofelia. Acto seguido, los enterradores bajan su cuerpo, y cuando salen para echar la tierra, Laertes no puede evitar el impulso y se lanza a la fosa para abrazar a su hermana por última vez. Hamlet sale de su escondite lanzándose también, y entonces estalla la disputa.
—¡Mataste a mi padre y mi hermana está muerta por tu culpa! ¡Te voy a matar, maldito asesino hijo de puta! —grita Laertes que se abalanza para golpearlo.
—¡Eso ya lo veremos! —responde Hamlet.
—¡Basta! ¡Sepárenlos ahora mismo! —grita el rey Claudio. A duras penas pueden separarlos, pero al final logran hacerlo— ¡Laertes ven aquí ahora mismo! —Laertes se dirige hacia donde está el rey, y cuando está a su altura, éste se le acerca al oído y prosigue—. Mantén la calma hijo, recuerda lo acordado. Pronto llegará el momento en el que cobres tu venganza.
—De acuerdo, majestad —responde Laertes.
—¡Y tú, Hamlet! —exclama ahora el rey dirigiéndose al príncipe— Será mejor que te vayas.
Las miradas entre el rey Claudio y el príncipe Hamlet lo dicen todo. Hamlet nunca va a perdonar a su tío el hecho de que éste matara a su propio hermano, su padre, para usurpar el trono. Por eso antes de irse, el príncipe mira por última vez a Ofelia, se despide de ella en silencio, y responde al rey diciendo:
—No os preocupéis, me voy. Pero sabed esto, que tarde o temprano todos, absolutamente todos, nos terminaremos yendo, majestad —concluyó el príncipe.
Finalmente, tanto Horacio como Hamlet abandonan el lugar perdiéndose en la lejanía. Y, efectivamente, no sólo ellos dos se fueron. Cada uno se fue yendo, según su hora, perdiéndose también en esa lejanía que da lugar a la sombra y al olvido.