1/8 de Final E2
Amante Rechoncho vs Coprónimo con la condición “Un relato erótico”.
Lingam
Al coger mi tarjeta ha rozado, delicada, mi mano. Es la primera vez en meses que toco a otra persona. La reacción de mi cuerpo ha sido instantánea, sorprendido por esa chuchería inesperada: el corazón se me acelera y empiezo a notar cómo la sangre viaja, recolocándose. Las prioridades han cambiado: es otra cabeza la que necesita gasolina.
—Sígame, por favor.
Iré a dónde me diga, señorita. Hoy no he venido a pensar. Estoy tenso de anticipación, a punto de explotar. ¿A qué metáfora hago referencia con explotar? Te respondo lo mismo que cuando la encargada me preguntó, hace unas horas, si venía a uno u otro servicio: sí.
—Desnúdese y espere tumbado boca abajo en la camilla, por favor. En seguida estaremos de nuevo con usted.
Pronto, pronto, faltan escasos minutos para tocar el cielo y volar. El estar boca abajo aprisiona mi entrepierna entre la camilla y el vientre. Me molesta mucho, es tremendamente incómodo y doloroso, me cuesta mantenerme así pese a las instrucciones: eso lo hace perfecto. Estoy empapado en sudor, ligeramente tembloroso, al borde de la perdida de control y conocimiento. Cierro los ojos e intento gozar de esa sensación, de la antesala del éxtasis delicado que, como cada vez que vengo, sé que voy a sentir. Aspiro fuerte, disfrutando el olor a limpio. Cuidan bien la higiene, por supuesto; si no fuese así no acudiría a estos profesionales. La camilla es más bien dura, pero cómoda. Lo mejor es que no la han tapado del todo y el cuero asoma en algunos puntos. El tacto contra mi empeine es delicioso. Quiero pensar que no es cuero artificial, que se ha cazado a algún animal para tapizar… ¡No!¡No debo pensar en animales!¡Debo esperar para dejarme llevar!
Y lo oigo. Pasos cada vez más cercanos. Oigo cómo se abre la puerta y cómo me saluda. ¿Qué ha dicho? A estas alturas, ni lo sé ni me importa. Escucho el chasquido del guante al ajustarse en su mano, ya libre de la tensión que ejercen sus dedos expertos. Noto como me posa la mano en las nalgas, firme, sin contemplaciones: sabe cómo lo disfruto más. No ha parado de hablar en ningún momento, pero me ha sido imposible prestarle atención. Tampoco es relevante: son siempre las mismas palabras, y no son las palabras lo que me hacen volar. Es la mano, la mano enguantada que me explora sin miramiento alguno hasta que llega, ¡por fin!, a su destino.
Me cuesta ahogar un gemido, y me es imposible contener la descarga. Noto mi vientre pegajoso, la zona entera pulsante y desatada. Vuelvo en mí, comenzando a recuperar la atención en la voz tras las manos mágicas. Sigue hablando, el discurso de siempre. Aún puedo relajarme y disfrutar de las sensaciones: el breve momento en que tengo que prestar atención aún está lejos. ¡Y es más por cortesía que otra cosa! Me consta que otros clientes ni se dignan a despedirse.
—… y una inflamación de la próstata que, si avanza, es motivo de preocupación. Voy a concertar una nueva exploración en una quincena para verificar que no estamos ante-
Girando lentamente la cara hacia el doctor intento cerciorarme de lo que ha dicho.
—¿Ha dicho una quincena?
—Efectivamente. La fecha concreta puede fijarla en recepción.
Me cuesta disimular un gemido de pura anticipación. ¡Sólo quince días para una nueva sesión de gloria!
—Gracias, doctor. No sabe lo que se lo agradezco.