Fuera de Concurso
¡A tope! por El Rey de la Comedia
Era un caluroso lunes de Julio. Espartaco, como cada mañana, se dirigió hacia la estación de Sants para trabajar por España. Una vez en los vestidores, se vistió con el habitual peto de la RENFE y ensanchó el agujero de la pared con un par de porrazos, como cada día hacía.
Al terminar de cambiarse, fue hacia las puertas del andén de las vías 13-14, donde los pasajeros solían picar el billete a medida que iban llegando. Un tipo permaneció en mitad de ese río de gente, mirando de un lado a otro como si estuviera despistado. Pero Espartaco ya lo conocía bien, pues era un viajante habitual. Se acercó a él para tener una charla.
—¡Hombre, Fernando! ¿Cómo estás? —preguntó el empleado de seguridad, ensanchando su panza.
—Aquí buscando el billete —dijo mientras se palpaba los bolsillos—. ¡Mierda! Creo que me lo volví a dejar en casa.
—¡Joder! Ya es la cuarta vez que te lo dejas. Deberías ser más cuidadoso con tus cosas, ¿eh? Que algún día eres capaz de matar a alguien para ir a recoger tu chaqueta.
El cliente asintió y Espartaco le dejó pasar amablemente. Soltó un eructo mientras su dedo meñique se introducía en su nariz, en busca de algún moco pegado en las profundidades de sus fosas nasales. ¡Qué aburrida era la vida de un vigilante! En ocasiones preferiría ser un youtuber de esos y dedicarse a grabar vídeos haciendo el idiota.
Sus ojos se entornaron en cuanto vio una masa de gente apelotonarse frente a las puertas del andén. Se acercó con andares de chuleta, moviendo sus esculturales brazos, que parecían cincelados por un escultor y pintados por un artista.
—¡Eh! ¿Qué coño pasa ahí? —gritó con su voz grave y potente.
La muchedumbre se limitó a emitir gruñidos y balbuceos ininteligibles. De repente, una señora apareció por la puerta gritando como una histérica, aporreando una de las puertas.
—¡Socorro! ¡Ábreme la puerta, por favor! ¡Los zombis quieren comerme!
Espartaco se ajustó los pantalones y miró a la mujer con el ceño fruncido.
—A ver, señora. ¿Dónde está su billete?
—¡Ahora no es momento para eso! —insistía, mientras miraba cómo la multitud se acercaba hacia ella—. ¡Ayúdame, que me matan!
—Sin billete no se puede pasar.
En cuanto los zombis la alcanzaron, se amontonaron encima de ella mientras la devoraban, impregnando el suelo que había recién terminado de fregar la mujer de la limpieza.
—Sangre… —masculló el fortachón, viendo ese espectáculo dantesco.
El vigilante fue hacia la cafetería y pidió un cortadito. Al cabo de un minuto, se lo bebió de un trago.
—¡Energía! —exclamó mientras estrujaba el vasito de plástico y lo arrojaba tras sus espaldas.
Rugió como un león y volvió a toda prisa al andén, de donde los zombis empezaron a salir en masa.
—¡Aquí no entra nadie sin su puto billete! —gritaba a la vez que desenvainaba su porra de plástico.
Empezó a golpear con ella, levantando una humareda de sangre, impregnándose en su cuerpo y en el suelo. Mató a uno, y a otro, y a otro…
—S-son de papel —tartamudeó Fulgencio, uno de sus compañeros que fue a ver qué pasaba.
De repente, uno de los no-muertos se abalanzó sobre él, devorándolo como si fuera un pollo frito. Espartaco maldijo y fue a vengar a su compañero, abriendo la cabeza de ese monstruo.
—¡Estoy a tope! ¡A tope! —gritaba mientras agitaba su porra.
Muchos más zombis venían por el resto de vías, ya no importaba si era el Cercanías o el Larga Distancia, estaba claro que afectaba a todos los recorridos. Su superior se acercó, inspeccionando los progresos de su subordinado.
—¡Estoy a tope, jefe de equipo estoy a tope! —decía sin dejar de dar porrazos.
Súbitamente uno de ellos le mordió el brazo. El vigilante le propinó un puñetazo en la cabeza que le hizo saltar los sesos.
—¡Estas despedido! —dijo el jefe de equipo.
—¿Por qué? —exigió saber Espartaco.
—¡Las redes sociales están que arden! ¡En Twitter han colgado un video tuyo matando zombis y dicen que eres demasiado violento! ¡Los pasajeros están muy asustados!
—Claro, porque subirse en un tren lleno de zombis no pasa nada.
—¡No seas zombófobo! ¡#ZombieLiveMatters ya es trending topic !
El empleado gruñó y arrojó la porra hacia un lado, luego se arrancó el peto de la RENFE y lo dejó caer por los pasillos de la estación. Entonces sintió que algo no iba bien, su piel se palidecía, sentía mucho frío y su corazón palpitaba acelerado.
—¡Me transformo! —gritó mientras sucumbía ante la infección.
Un Espartaco zombificado se abalanzó brutalmente contra su jefe de equipo, comiéndoselo como si no hubiera almorzado durante días.
—Al menos no me tocará pagar la indemnización —dijo el jefe antes de morir.