Fuera de Concurso
Una cuestión de principios de El ojo perdido de Millán-Astray
Fulanito era un tipo de lo más común, aficionado al fútbol, a los videojuegos y, cuando se preciaba, a echar un polvo con alguna tipa a la que acababa de conocer. También le gustaba sentarse en el ordenador a reírse de los progres, decir cuatro verdades sobre charos y a burlarse de los betas planchabragas que poblaban ese submundo llamado internet. Lo que podría llamarse un hombre decente.
Estaba Fulanito en el mismo tren atestado de siempre cuando un panchito con pinta de estudiante de ambientales llegó a su estación. «Es la mía para sentarme y descansar un poco, estoy hasta los cojones de que el punki éste me meta el sobaco en la cara», pensó. Con cierta maña y un juego de pies envidiable, Fulanito dejó atrás al punki, a una gorda con granos y a una abuela con pinta de llevar un estampado de Pedro Sánchez en las bragas y se sentó en lo que a su ajada espalda le pareció un trono real. Para su sorpresa, un pibón se encontraba en el asiento de delante. «Melafo hasta que tenga que venir el SAMUR a reanimarme», pensó. «Ésta es la mía» aparecía como asterisco a su pensamiento.
—Hoy está esto a tope, eh… —soltó Fulanito sonriendo. La que iba a ser su interlocutora levantó la cabeza del móvil. Joder, de cara también era un bellezón.
—Pues como cada día, ¿no? —La piba no parecía muy interesada en la charla, pero Fulanito no iba a desistir tan fácilmente. No había nada que perder y mucho que ganar si conseguía su objetivo.
—Por cierto, guapa, creo que no es la primera vez que te veo. ¿Cómo te llamas? —La chica volvió a levantar la cabeza del móvil y mantuvo sus enormes ojos grises clavados en los de Fulanito.
—Menganita, pero no me has visto antes porque acabo de mudarme a Madrid.
«Me ha dicho su nombre y acaba de mudarse, o sea que no conocerá a mucha peña; ésta está en el bote», pensó Fulanito.
—Ah, pues encantado, yo soy Fulanito. ¿Y de dónde eres?
—De Barcelona.
«Joder, qué morbo. Que sea culé e indepe, por favor…». La escena aparecía en la mente de Fulanito como un sueño vivido. No podía esperar a ponerla a cuatro patas sobre una estelada, vestida solo con la camiseta de Messi, para darle lo suyo con desprecio. Como la bandera de Japón…
—Entonces todavía no debes tener muchos colegas en la zona, ¿no?
—Los suficientes. Oye, no vas a meterte en mis bragas, ¿vale? —La frase cayó como un jarro de agua fría sobre el ego imperturbable de Fulanito, que huía ahora cual gato escaldado. A su lado, de pie, el punki, la gorda y la vieja se partían el culo con disimulo.
—Eh, no… No, tía, qué va, no va de eso. Jajaja… —balbuceó.
—Porque además, ¿tú que méritos tienes? Físicamente eres del montón y tampoco tienes pinta de tener mucha pasta.
—¿Carisma? —contestó a modo de pregunta por si aceptaba barco.
—Nope.
—Bueno, pero soy pacotero. jejeje… —Fulanito estaba tan desesperado que dijo lo primero que le pasó por la cabeza.
—Y yo forocochera, chaval. No me seas beta. ¿Eres de VOX por lo menos?
—Claro, joer… De VOX a todo poder. Santiago y cierra, España; cojones —dijo Fulanito que no había votado en su puta vida y que su ideal político era trolear en internet.
—Son un poco moderados, pero bueno, mejor eso que nada. —Menganita pareció pensativa—. Oye, pringao, ¿te vienes al mítin del sábado en Vistalegre?
—¿Contigo?
—No, con tu puta madre. Pues claro, coño. ¿No estabas intentando ligar conmigo?
—Ah, claro, sí, sí… Estaba intentando ligar a saco, sí… A tope, fuuu… Jejeje. —En este punto el descojone del punki, la gorda y la vieja ya no tenía nada de disimulo.
—Pásame tu número y te mando un Whats cuando toque.
—¡Hecho! Oye, Menganita…
—¿Qué te pasa, pringao?
—Oye, ¿por casualidad no serás del Barsa?
—¿Pero tú estás tonto? Del Español, claro.
—Ah, uf, menos mal… ¡Viva Tamudo, coño! —dijo Fulanito, olvidando su fetiche.
—Pues al igual haremos buenas migas tú y yo…
—¿De harina o de pan? Jejeje…
—¿No serás murciano?
—¿Murciano yo? No, qué va… Eso es Mordor. ¡Tira el anillo, Frodo! Jejeje —mintió el frikazo de Fulanito, de padres murcianos.
—Mis padres son murcianos —contestó Menganita con cara de pocos amigos.
—¡Los míos también! Lo otro era, ya sabes, por el meme… —atisbó a decir.
—Aquí te ha ido de un pelo, eh…
—Ya. Gulp. Jejeje…
—Bueno, me bajo. Nos vemos, pringao —se despidió Menganita.
—¡Nos vemos! ¡Y viva VOX! —dijo esperanzado antes de darse cuenta de que se había olvidado de darle el número de teléfono.
Y así termina la historia de Fulanito, el tipo que vendió todos sus principios por la difusa posibilidad de echar un polvo con una choni cualquiera y encima al final fue y la cagó.