Fuera de concurso
Lo que le pasó a Ferni el día que dejó el iceberg por ¿Qué pato?
Ferni había perdido su pescado. Se palpó los bolsillos delanteros, los traseros, los de la chaqueta y los traseros otra vez. Pero, aunque su piel parecía un elegante esmoquin, Ferni era un pingüino y no tenía bolsillos. Suspiró con resignación y dio media vuelta para entrar de nuevo en el nido de su colonia.
Menos de cinco minutos atrás, Papá Pingüino le había desterrado oficialmente de la colonia, debido a un malentendido con una colonia vecina y un par de orcas. No iba a ser un encuentro agradable, pero al pescado ya le había quitado las raspas y todo.
La colonia seguía reunida en el centro del iceberg. El patriarca presidía la reunión, hablando con los demás pingüinos que eran más cercanos a Ferni. Todos se giraron cuando las puertas se abrieron para mostrar la silueta del desterrado.
En el umbral, Ferni empezó a escuchar gritos e insultos, efusivas amenazas y el batir de las alas. Por sus palabras, parecía que la colonia estaba bastante pesada con que debía abandonar el iceberg, pero Ferni estaba casi seguro de que el pez estaba allí y, siendo una rica sardina, si llega a perderla se pondría muy triste. Por lo tanto, desenfundó su arma y empezó a disparar.
No, espera. ¿Sacó sus garras y se lanzó a por el más cercano? Pero los pingüinos no tienen ni patas delanteras. Ya lo tengo.
Por lo tanto, miró al pingüino más cercano y le perforó el pecho con un rayo láser que salió desde su pico. Perfecto.
Las sardinas están muy ricas, pensó Ferni. Se refugió tras un trozo de hielo y disparó a oído a los pingüinos más cercanos. La consiguió siguiendo a un par de orcas, que asustaban a los peces y los hacía despistados. En el iceberg, el joven Pingu se expuso para poder apuntar bien, y Ferni aprovechó la oportunidad para dispararle con el láser antes de que él pudiese abrir el pico.
Apenas dos minutos más tarde, los disparos cesaron. No eran una colonia numerosa, y la mayoría de los miembros hacían trabajo de campo. Una docena de trajeados cadáveres adornaba el iceberg, y Ferni alcanzó a ver al Papá Pingüino huyendo hacia un cráter en el hielo.
Ferni entró en el cráter, adornado por una suerte de gradas en el borde. Allí le esperaba el matón oficial de la colonia, una mole gigantesca al que llamaban Emperador. El jefe se escondió detrás de él, y el matón se irguió, mostrando un cuerpo con tantos músculos que, si se chocase con un iceberg, el iceberg se hundiría.
Ferni aceptó el reto y se acercó al centro del patio. El matón se colocó frente a él, con una altura que debería ser imposible para cualquier pingüino. Se enzarzaron, y por un momento dudó si valía la pena el esfuerzo, pero todo esta acción le había empezado a dar hambre y quería su sardina.
Al final, la pelea fue una decepción. Era obvio que el matón se basaba en su tamaño para intimidar y empujar a jóvenes indefensos, y un picotazo a la conveniente altura de sus testículos le mandó al suelo. Ferni le dio una patada, para asegurarse, y siguió su camino.
Papá Pingüino salió detrás de una esquina y empezó a lanzar afiladas plumas hacia Ferni, hasta quedar totalmente desplumado. Las plumas volaron alrededor de Ferni, fallando por varios decímetros.
— ¡Meek meek meek! —exclamó Papá Pingüino—. Meek meek ¡Meeeeek!
Lo de hablar nunca fue el fuerte del pingüino Ferni, así que le lanzó una bola de fuego por si acaso.
Finalmente, cruzó el iceberg y llegó a la despensa de la colonia. Había unas trabajadoras escondidas en un rincón, que Ferni ignoró. Rebuscó entre los peces y encontró su sardina.
Se comió el pez allí mismo, de un solo bocado, y salió de la despensa. Siguió el camino inverso hacia la salida, pisando con cuidado entre sus antiguos compañeros. No quería mancharse los pies, que el agua estaba muy fría y darse una ducha era un coñazo.
Salió al límite del iceberg, pensando que era mejor huir de ahí antes de que se corriera la voz y viniese Hijo Pingüino. Se preparó para saltar a la masa continental y se palpó los bolsillos delanteros, los traseros, los de la chaqueta y los traseros otra vez.
«Ah, mierda. ¿Dónde he dejado mi huevo?»