Ronda previa
Grupo D: Un relato donde la ecología sea el tema central
Las máquinas estaban detrás de él, preparadas para comenzar la tala. Ricardo, motosierra en mano, no comprendía lo que veían sus ojos. Allí estaba su jefe, el magnate maderero Ramón Manzano, encadenado a un árbol. Era el primer árbol que sería talado, aquel que de manera simbólica derribaría el propio Manzano con la motosierra que Ricardo llevaba en la mano.
La prensa local y regional estaba presente para dar cobertura al acto. Los periodistas se miraban desconcertados unos a otros. Trataban de comprender la clase de truco publicitario que Manzano estaba utilizando. El alcalde, caradura profesional, transmitía una imagen serena que nada tenía que ver con el sentimiento de inquietud que le atenazaba el estómago. El bosque desaparecería y en su lugar se construiría el mayor barrio de la ciudad. Manzano se quedaba la madera y a él le esperaba una jubilación dorada gracias a las comisiones ilegales que recibiría de los constructores. Y ahora, el día de la foto, se encontraba con Manzano encadenado a un árbol.
Manzano había llegado de madrugada. Cada vez que comenzaba un proyecto importante era incapaz de dormir. Revisó por encima que todas las máquinas estuviesen en posición y, como todavía disponía de un par de horas antes del amanecer, decidió dar un paseo por el bosque. Iluminado por la luna llena, pensaba en lo irónico que resultaba disfrutar de aquella tranquilidad y belleza que él mismo había acordado destruir.
Después de unos minutos caminando llegó a un claro con forma circular. Allí destacaba un árbol que, si bien no era mucho más grande que los demás, parecía ser tan viejo como el mundo. Una especie de luciérnagas salieron de entre sus ramas y comenzaron a volar alrededor de Manzano. Una voz comenzó a hablar:
—Saludos, joven humano. No temas, soy Silva, el espíritu del bosque.
La voz era grave y parecía provenir de todas partes, pero Manzano dirigió su atención directamente al árbol viejo. No temía, pues el efecto de aquella voz mágica había disipado toda preocupación.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó Manzano.
—Intento evitar que se cometa una injusticia. El bosque va a ser arrasado.
—No puedes parar el progreso —replicó Manzano.
—No pretendo hacerlo. Durante siglos, los humanos han convivido con el bosque en perfecta armonía. El ser humano tomó aquello que necesitaba para construir, para mantener a sus animales, para calentarse al llegar el invierno. El bosque proveyó y luego pudo regenerarse. En cambio, ahora es diferente. Hueles a destrucción. Te hablo de aniquilación.
Manzano acusó el golpe. Silva reconoció su duda.
—Te mostraré la verdad —dijo Silva—. Relájate y verás. Libera tu mente y comprenderás.
Manzano pasó a un estado de semiinconsciencia cuando las luciérnagas se introdujeron en su cuerpo. Por su cabeza pasaron imágenes de crecimiento sostenible, bosques ricos, aguas cristalinas y aire puro. A continuación la visión cambió y las imágenes fueron sustituidas por otras menos amables. Imágenes de una tierra yerma, devastada, de aguas contaminadas y aire irrespirable. Imágenes de muerte.
Después despertó.
—Deberías mostrarle esto a todos los humanos.
—No puedo intervenir en la voluntad de los hombres —dijo Silva. —Tú has acudido a mí libremente, en la noche en que más brilla la luna. Te he mostrado la verdad. Es todo lo que puedo hacer. Tú has visto y has comprendido, joven humano. Puedes ir en paz.
La sensación de irrealidad se desvaneció. Manzano, pensativo, volvió sobre sus pasos hasta abandonar la arboleda. Había tomado una decisión: pararía el proyecto y salvaría el bosque.
Manzano comenzó a hablar:
—¡Atención, por favor! ¡Debemos parar esta locura! ¡Salvemos el bosque! ¡Por nuestro futuro y el futuro de nuestro hijos! ¡Merecemos estar en armonía con la tierra! ¡Paremos este proyecto! ¡Desarrollo sostenible!
Todos los asistentes se quedaron ojipláticos. El alcalde tomó el control de la situación. En respuesta a un gesto suyo casi imperceptible, el jefe de la policía municipal y dos de sus agentes se apoderaron de la motosierra de Ricardo, cortaron la cadena y se llevaron a Ramón Manzano a rastras.
El alcalde tranquilizó a los asistentes, dio un discurso y taló el primer árbol. Más tarde, juraría que en aquel momento había escuchado un lamento procedente de la propia tierra.