Ronda previa
Grupo C: Un relato donde el protagonista supere una adversidad que debe ser presentada en el primer párrafo
Lo que le pasó a Fernando el día que dejó la mafia
Fernando había perdido la cartera. Se palpó los bolsillos delanteros, los traseros, los de la chaqueta y los traseros otra vez. Suspiró con resignación, guardó las llaves del coche en el bolsillo de la chaqueta y dio media vuelta para entrar de nuevo en la base de la familia.
Menos de cinco minutos atrás, el signor Calabrese le había desterrado oficialmente de la familia, debido a un malentendido con una familia enemiga y un par de mendigos. No iba a ser un encuentro agradable, pero en la cartera tenía todas sus tarjetas y cosas.
La familia seguía reunida en el vestíbulo del palazzo. El signore presidía la reunión, hablando con los miembros de la familia que eran más cercanos a Fernando. Todos se giraron cuando las puertas se abrieron para mostrar la silueta del desterrado.
En el umbral, Fernando empezó a escuchar gritos e insultos, efusivas amenazas y el desenfundar de las armas. Por sus palabras, parecía que la familia estaba bastante pesada con que debía abandonar el palazzo, pero Fernando estaba casi seguro de que la cartera estaba allí y, siendo un regalo de su prometida, si llega a perderla estaría muerto. Por lo tanto, desenfundó su arma y empezó a disparar.
Era una cartera bastante bonita, pensaba Fernando. Se refugió tras una columna y disparó a oído a los mafiosos más cercanos. Fue un regalo de aniversario, pocos días antes de que él se decidiera a proponerle matrimonio. En el vestíbulo, el joven Vito se expuso para poder apuntar bien, y Fernando aprovechó la oportunidad para dispararle en el pecho.
Apenas dos minutos más tarde, los disparos cesaron. No eran una familia numerosa, y la mayoría de los miembros hacían trabajo de campo. Una docena de trajeados cadáveres adornaba el vestíbulo, y Fernando alcanzó a ver al signore atravesando el patio central.
Fernando entró en el patio, adornado por una fuente en el centro y rodeado por balcones. Allí le esperaba el matón oficial de la familia, una mole de más de dos metros al que llamaban Eclipse. El jefe se escondió detrás de él, y el matón empezó a quitarse la camisa, mostrando un cuerpo con tantos músculos que podría haber sido dibujado por Miguel Ángel.
Fernando aceptó el reto. Dejó el arma a un lado y se acercó al centro del patio. El matón se colocó frente a él y le tapó el sol. Se enzarzaron, y por un momento dudó si valía la pena el esfuerzo, pero la cartera tenía un bolsillito para las monedas y era difícil encontrarlas así.
Al final, la pelea fue una decepción. Era obvio que el matón se basaba en su tamaño para intimidar y empujar a jóvenes indefensos, y una llave de judo bien ejecutada le mandó al suelo. Fernando le dio una patada, por si acaso, y siguió su camino.
El signore salió detrás de una esquina y le disparó hasta vaciar el cargador. Las balas volaron alrededor de Fernando, fallando por varios decímetros.
—Perché stai facendo questo? Pensavo stessimo bene! —exclamó el signor Calabrese—. Ti avremmo lasciato fuori solo per poche settimane, per mantenere le apparenze. Eri ancora un membro della famiglia.
Lo del italiano nunca fue el fuerte de Fernando, así que le pegó un tiro por si acaso.
Finalmente, cruzó el pasillo y llegó a la lavandería de la familia. Había unas trabajadoras escondidas en un rincón, que Fernando ignoró. Rebuscó entre la ropa sucia y encontró su antigua chaqueta. Podías ponerle quejas al signore, pero le gustaba que la familia vistiese bien.
Se cambió de chaqueta, palpó la cartera en el bolsillo y dejó la antigua, ahora cubierta de sangre, en el cesto. Siguió el camino inverso hacia la salida, pisando con cuidado entre sus antiguos compañeros. No quería mancharse los zapatos, pero si llevaba la cartera su prometida probablemente le perdonase.
Salió a la calle, pensando que era mejor huir de ahí antes de que se corriera la voz y viniese el hijo del signore. Llegó al coche y se palpó los bolsillos delanteros, los traseros, los de la chaqueta y los traseros otra vez.
—Ah, mierda. ¿Dónde he dejado las llaves?