Ronda previa
Grupo A: Un relato de temática vampírica
El caso del joven Aiden
El doctor Steward abrió la carpeta y empezó a remover hojas para encontrar los resultados de la prueba. Agarró el papel que buscaba y lo leyó a contraluz.
—Disminución de glóbulos rojos en un noventa por ciento, alta densidad de linfocitos, ausencia de melanina… Los resultados son claros —dijo mientras daba un par de golpecitos sobre el papel.
—Un uve positivo —musitó la doctora Parker.
—En efecto, voy a llamar a La Institución para que se encarguen de él —dijo el hombre mientras tomaba el teléfono.
—Frank, ¿no podríamos hacer una excepción?
—Las normas son bien claras, si hay un infectado hay que eliminarlo.
—¡Pero es un chico de dieciséis años!
El doctor suspiró.
—Eres demasiado sentimentalista, Samantha. No te dejes engañar: el chico es un vampiro tenga la edad que tenga. Si por algún casual logra escapar, los infectados aumentarán. —El hombre sacudió la cabeza—. No, no nos podemos permitir otro suceso como el de Bucarest.
La doctora asintió y se marchó de la oficina.
El joven Aiden se levantó de la cama en cuanto se encendieron las luces. La habitación estaba completamente vacía, carente de ventanas y muebles salvo su cama. La luz artificial se difuminaba por las blancas paredes de metal como tinta en el papel.
Se sentía hambriento y tenía jaqueca. Anduvo a trompicones hasta una de las paredes y se apoyó en ella. Se sorprendió al advertir que tan sólo su ropa se veía reflejada en ella, con su rostro y sus manos ausentes. Temiéndose lo peor, paseó su lengua por su dentadura hasta que sintió una protuberancia considerable.
Mis colmillos han crecido… ¡No! ¡Soy un puto vampiro!
Aiden se arrodilló con las manos en la cabeza. ¿Y ahora qué iba a hacer? La Institución vendría a por él y lo matarían. Tenía que escapar de allí, pero… ¿cómo?
De repente, la puerta se abrió.
El inquisidor van Lutten entró en el hospital. Su gabán negro tapaba su peto metálico y su rostro parecía un cuadro de las cicatrices que había en él.
—Buenos días —saludó a la recepcionista mientras se levantaba su sombrero de ala ancha—. Busco a Aiden Cole, ¿podría decirme dónde se encuentra?
—Está en la cuarta planta, ala B —contestó la empleada temblorosa.
—Muchas gracias. Recuérdele a Steward que ordene abrir todas las ventanas como dicta el protocolo.
—Sí señor, así lo haré.
Al salir, el joven se encontró con un pasillo completamente oscuro y vacío. Al oír un ruido, se volvió inmediatamente mientras se protegía con las manos.
—Tranquilo, no tengas miedo… —le dijo una voz femenina.
—¿Quié-quién eres? —preguntó tartamudeando.
—Vienen a por ti… Búscame en el aparcamiento y te sacaré de aquí.
—¡Espera! —No sirvió de nada, la sombra de la chica se difuminó en la oscuridad.
Las persianas metálicas de las ventanas empezaron a abrirse, dejando pasar los rayos de luz en la estancia. En cuanto le tocó la piel sintió una quemazón como si le abrasaran en un horno. Aiden gritó y saltó hacia atrás, donde todavía había sombra.
¡Mierda, debo salir de aquí o acabaré hecho cenizas!
Escrutó los pasillos en busca de una salida, pero el sol cada vez se asomaba más, cortándole el paso.
Veamos, la mujer me dijo al que fuera al aparcamiento… ¡ajá!
El adolescente corrió por la pared evitando la luz mortal hasta que llegó a las puertas del ascensor. En cuanto las abrió, se dejó caer por el hueco hasta el punto de encuentro.
En el interior sólo había coches aparcados, pero ni rastro de la mujer.
—¡Ahí estás! —gritó una voz grave.
Aiden se volvió y vio al inquisidor apuntándole con una pistola de agua. Temiéndose lo peor, rodó hacia adelante, evitando que le salpicara el líquido.
Agua bendita , masculló el joven, debo ir con cuidado.
Súbitamente una vampiresa se abalanzó sobre el inquisidor y le clavó sus afilados incisivos en el cuello, haciéndole gritar de dolor mientras le sorbía la vida.
Aiden suspiró de alivio y se reunió con ella.
—Eres más hábil de lo que creía —le dijo la mujer mientras se relamía la sangre de su boca.
—¿Quién eres?
—Me llamo Samantha, bienvenido al clan.