Contenido especial
- 5 juegos que no son de terror pero…
- 5 películas (o series) que no son de terror pero…
- Entrevista a NC, creadores de “Project Nightmares”.
Podcast
¡Nos vemos en el foro y feliz Halloween!
Sacrificio inevitable
por David Lorén Bielsa
Miro la hoguera con preocupación: la llama desciende poco a poco y pronto solo quedarán las ascuas, insuficientes para mantenernos a los tres en calor. Afuera, el sol ya se ha retirado tras los grandes riscos y la poca luz que queda no me da esperanzas. No tengo tiempo de ir a buscar leña seca, aunque la tempestad que ha azotado el valle durante estos dos últimos días me hacen suponer que sería una tarea imposible.Mi compañero y yo hemos huido, junto a nuestro hijo, en la única dirección posible. Hacia nuestra muerte; ahora lo tenemos claro, puesto que el frío, implacable, ya nos ha calado hasta lo más profundo de nuestro ser.La matriarca de la tribu sabía que no teníamos opción. Cada año, un niño es sacrificado en nombre de Aur-hu Thot, aquel que, según las ancianas, no repudia a nadie. Esto ha sido así desde que se tiene memoria.El sacrificio se elige por sorteo, a no ser que haya habido algún nacido con problemas físicos. Los infantes desahuciados tienen prioridad. Por eso, cuando después de parir agarré a mi hijo en brazos y vi su tara, supe que estaba condenado. Sus piernas arqueadas y raquíticas fueron testimonio de que era pasto para Aur-hu Thot.Toda la tribu lo sabía, todo el poblado callaba, pero a medida que pasaban los meses, y se acercaba la fecha del sacrificio, yo lo tenía cada vez más claro. Las miradas y los cuchicheos eran cuchillos que se clavaban en mi corazón. La matriarca me lo repetía de vez en cuando, sin nombrar a mi hijo, a modo de advertencia: «El sacrificio es inevitable».Cada año, el niño elegido y sus padres se iban con la matriarca y las ancianas. Todos regresaban, excepto el sacrificado, del que nunca se daban detalles. Incluso los padres guardaban un estricto silencio, sin nombrar nunca lo ocurrido. Casi ninguno volvía a ser el mismo, moviéndose por el poblado como cascarones vacíos al que les hubieran arrancado algo. Yo sé el qué: sus hijos. Eso tiene que ser la muerte en vida, no una dicha como proclaman las ancianas. «Alegraos, puesto que Aur-hu Thot no repudia a nadie. El sacrificio es inevitable».Por eso, a sabiendas que pronto nos cogerían, envolvimos a nuestro hijo en pieles que llevo dos estaciones rapiñando y escondiendo al resto, y partí con mi hombre al amparo de la oscuridad. Soy la mejor cazadora, ellos sabrán lo que han perdido. Malditos sean por empujarnos a esta situación.Me acerco al borde de la cueva y miro atrás, a la poca lumbre que queda. Mi marido se acaba de dormir, agotado por el esfuerzo después de haberse roto el tobillo durante el ascenso. Hemos conseguido llegar hasta esta cueva, ya es mucho. Mi hijo también duerme plácidamente, después de alimentarle con mi pecho.Me asomo al exterior para comprobar que la oscuridad ya ha tomado aquel paso, así que no puedo salir. No hay nada que pueda hacer.Un sonido me alerta, algo se mueve en el exterior. Afino el oído y siento que algo se arrastra ahí fuera, entre la oscuridad, emitiendo un eco viscoso. Sigo quieta, intentando que mis ojos se acostumbren, mientras me tapo la cara con el borde de las pieles que me cubren, en un vano intento por protegerme de la ventisca.De repente, un golpe contra la fina capa de nieve, justo a mi lado, me alerta. Entonces veo una sombra enorme que se alza, con una forma que no alcanzo a comprender. Primero pienso en un oso poniéndose a dos patas, pero distingo demasiadas extremidades.Saco mi arco con gran velocidad y presteza, cargo una flecha del carcaj y disparo hacia la sombra. El proyectil impacta en algo blando, pero la criatura no emite grito ni quejido alguno. Se acerca. Empiezo a disparar con gran rapidez al mismo tiempo que retrocedo, metiéndome en la cueva. Todas las flechas dan en el blanco, pero tengo claro que no sirven para nada.Retrocedo hacia mi familia y despierto a mi compañero de una patada. Le tiro el arco y dejo a su lado el carcaj. Él me mira asustado, preguntándose qué ocurre, pero no hace ruido. Le indico que mire hacia la entrada, donde la sombra se ha detenido. Veo el terror reflejado en su rostro, pero, aun así, coge el arco y carga una flecha. Yo saco la lanza y me preparo para embestir lo que sea que sea esa cosa, si entra más.Por detrás no hay escapatoria, la cueva solo es una gran hendidura en la roca y no tiene otra salida que la que la criatura está taponando.Los dos nos quedamos en guardia, pegados uno a cada lado de nuestro hijo, en posición de ataque, dispuestos a defendernos con lo único que nos queda: nuestra vida.El tiempo pasa, mientras nuestro enemigo —sea lo que sea— permanece fuera de la cueva, en mitad de la ventisca, lejos de nuestra, cada vez más menguante, hoguera. Por un momento me estremezco. ¿Estará esperando a que se apague? ¿Qué clase de inteligencia posee esta cosa?Cada vez que veo que los ojos de mi compañero se cierran, le golpeo con la lanza, para despertarlo. Él asiente y pone cara de determinación, pero sé que está tan aterrado como yo, o más. Nos enfrentamos a lo desconocido, y no hay nada más terrorífico que eso.La llama se extingue poco a poco y no hay nada que pueda hacer para evitarlo. La temperatura desciende, cada vez más fría y cortante. El vaho que exhalan nuestras bocas bien podrían ser nuestra alma, que intenta huir de semejante horror, abandonando atrás nuestros inútiles, inservibles y condenados cuerpos.Abro los ojos de un respingo, alarmada. Solo los he cerrado un momento, ¿o no? De la hoguera solo quedan unos rescoldos humeantes y algo se arrastra desde la entrada a la cueva. Golpeo a mi compañero de nuevo, pero no se mueve. Me incorporo un poco dolorida —tal es el entumecimiento—, y le sacudo.Su rostro, de paz serena, me indica que ha muerto. Veo que ha sacrificado sus pieles y su arco, para intentar mantener la hoguera encendida, la única cosa que mantenía a ese ser en el exterior. Una vez muerto, realizado su sacrificio final, ya no hay nada que yo pueda hacer.El sonido viscoso, deslizante, lo inunda todo. La criatura tiene tentáculos que se extienden por arriba y abajo. Cuando se acerca, intento golpearlo con la lanza. Ataco perforándolo y, cuando noto que he impactado, retiro, tal como me han enseñado siempre. Miro la punta de la lanza, a la lumbre de las escasas brasas, y veo una sustancia negra, corrosiva, viscosa y maloliente en ella. Ahora me doy cuenta del olor que lo inunda todo, a podredumbre y corrupción.Ataco a la desesperada, varias veces. Pero la criatura no se inmuta y uno de sus tentáculos arrastra el cuerpo de mi compañero, al que intento retener sin éxito, entre sollozos. El sonido que sigue después, cuando tritura su carne y sus huesos es indescriptible. Se me clava en las sienes y amenaza con volverme loca. Tengo tanto miedo que solo tengo ganas de que todo termine ya.Le grito y le ataco, pero sé que es inútil, hasta que pierdo la lanza, deshecha por la misma sangre o esencia de la criatura.Todo a mi alrededor se ha transformado, incluso el suelo sobre el que me apoyo, convertido en algo pulsante y vivo.Desenfundo el cuchillo y le maldigo en mitad de la oscuridad. Luego le hago una promesa:—¡No te lo vas a llevar vivo!Agarro a mi propio hijo y decido ahorrarle el sufrimiento que le espera. Le clavo mi arma en el corazón: una muerte rápida y piadosa que sé que yo no tendré.La criatura detiene su avance y retrocede un poco. Puedo sentir cómo tiembla, y entonces una voz susurrante y perniciosa retumba por todas las paredes.—Yo no repudio a nadie. El sacrificio es inevitable. Gracias.La sangre de mi hijo se filtra en el suelo pulsante, que vibra de placer ante el sacrificio que acabo de cometer.Después, la criatura desaparece y me quedo en la fría oscuridad, esperando mi muerte, que se resiste a llegar.Mis lágrimas se congelan nada más manar de mis ojos.FIN