Era una fiesta de ricachones como otra cualquiera, fuimos invitados a la gala benéfica del candidato a alcalde de la ciudad. Las elecciones estaban cerca, así que el candidato Cándido Caballero ha usado la estrategia de “favorecer” a los huérfanos para acaparar la atención y que se vea lo “buena persona” que puede ser.
La fiesta era una gran ceremonia en un salón enorme, invitados vestidos de grandes galas copaban la sala, con conversaciones la mar de falsas en pos de un amigueo que no se podía creer ni la más inocente de las personas.
Las mesas eran redondas, pequeñas y con manteles de color amarillo oscuro, llenas con platos pequeños con comidas de porción diminuta y con nombres estrafalarios venidos del francés, inglés y latín; sólo un filólogo podría aprender tales términos, y sólo un crío podría llenarse el estómago con tan poca cantidad, pero hey, ¿acaso el sabor exótico no justifica quedarte con el estómago vacío? Evidentemente, no.
Al fondo había un escenario, y, de repente, se apagaron las luces, y en el escenario aparecieron unos focos que con su luz bañaban del centro. Ahí mismo, empezó a aparecer humo, y durante unos segundos que había humo apareció el mago ataviado del típico traje de mago clásico que hay en estos eventos, con capa incluida. Parecía un muchacho de unos 20 años de edad, ojos grandes y marrones y pelo corto y negro.
-Antes de efectuar mi truco-espetó el joven-, necesito mis herramientas; por favor denle un fuerte aplauso a mi ayudante.
Una joven rubia y sexy ataviada como suelen ir las ayudantes de magos. La ayudante llevaba un carrito de hierro con una sábana que tapaba lo que hubiese dentro.
Tanto lujo de fiesta para contratar a un mago amateur que se le ven las costuras al truco antes siquiera de verlo. Nunca entenderé a los ricos.
-Damas y caballeros-continuaba el mago- creo que a la mayoría les gustan los animales, ¿verdad?
Ya estamos, el típico que empieza con el conejo, ¿a su edad no se les ocurre algo más innovador?
-Pues miren que tenemos por aquí.
Acto seguido, se sacó la chistera, pero al hacerlo de la chistera salió una cabeza humana. Admito que quería algo de sorpresa, pero no era exactamente lo que buscaba esa noche. El mago se quedó estupefacto, sin saber que decir y toda la sala entró en pánico.
Cándido: ¡¿Qué le has hecho a mi mujer, Ramírez?!
El señor Caballero fue a acercarse al carrito, pero le detuve.
-¿Adónde cree que va, señor Caballero?
Cándido: ¡Voy a ver que le he hacho ese desagradecido a mi mujer!
-Sólo alguien cualificado puede hacerlo, estamos ante la escena de un crimen.
Cándido: ¿Y usted quién coño se cree qué es para mandarme?
-Oh, disculpe, no me he presentado, soy Ulises Ulbiera, detective privado.
Cándido: Ha dicho… ¿detective?
Ulises: Así es-le enseño mi identificación-, voy a llamar a la policía. Ante todo, siento lo ocurrido, señor Caballero.
Cándido: Si me disculpa, necesito estar a solas.
Ulises: Ni se le ocurra.
Cándido: ¿Cómo dice? ¿Pretende que me quede aquí, enfrente de mi difunta?
Ulises: De hecho-empiezo a levantar la voz- le ruego a todo el mundo que no abandone la sala.
Cándido: ¡¡¿Qué?!!
Ulises: No podemos descartar que alguien en la sala haya sido el asesino.
Cándido: ¡Grr!
Ulises: Cálmese, ahora me ocupo yo.
Refunfuñando se quedó en su asiento. A su lado estaban, sus dos hijas, la mayor, que había caído en las drogas a su izquierda; y la menor que iba convertirse en su futura heredera (a la mayor él la quitó de su testamento). Por último, estaba su mayordomo con ellos, en silencio todo este tiempo.
Me dispuse a examinar tanto el escenario como el salón. El backstage tenía una puerta de emergencia que daba al jardín exterior. Cuando terminé, llego la policía, y el comisario, Diego Díaz. El cadáver estaba descuartizado en trozos, en el carrito y la cabeza dentro de la chistera. Pero había un pie que inexplicablemente estaba envuelto en una bolsa cerrada herméticamente.
Diego: ¿Otra vez usted en un asesinato? ¿Usted los provoca?
Ulises: Es un placer para mí volver a verle.
Diego: Déjese de formalismos, ya hemos resuelto el caso. El asesino es el mago, marcas de haber usado guantes están en el cuello de la víctima, el único que los lleva es el mago, y además debajo del carrito está el resto de su cuerpo descuartizado. Se ve que quería causar una conmoción.
La hija pequeña, Carla, habló.
Carla: ¡No, la asesina es ella, su ayudante! ¿Por qué iba a querer el incriminarse a sí mismo?
Diego: Ahora que lo menciona…
Ayudante: ¡Tú a callar, zorra! Sé que te acostabas con él a escondidas, por eso le defiendes.
Ulises: Señoritas, por favor cálmense. Cuéntenme como eran sus relaciones con el sospechoso y la víctima.
Ayudante: Me llamo Rogelia Rodríguez, y soy la prometida de Ramón Ramírez. He pillado en más de una ocasión a escondidas liándose con esa furcia, he intentado hacer como que no pasaba nada porque la boda estaba muy cerca, pero en este momento de presión no he podido más y he acabado por soltarlo todo. Siempre he ayudado en todo momento, de hecho, todo en el escenario lo preparé ayer por la tarde yo sola.
Carla: ¡Te lo estás inventando! Yo jamás estaría con un pordiosero como ese, es malo para el honor familiar.
Ulises: ¿Qué tiene que decir ante todo esto, señor Ramírez? Ha estado muy callado hasta ahora.
Diego: ¡Claro que está callado! Él es el asesino, ¿por qué perdemos el tiempo? Aunque debo reconocer que su torpeza exponiendo el cuerpo es un poco…
-Creo que tengo una explicación para eso-dijo la hija mayor, Camila Caballero.
Ulises: Adelante, le oímos.
Diego: Aquí todo el mundo hace de policía menos yo, habrase visto.
Camila: ¿No les parece sospechoso que la ayudante acuse a su prometido justo cuando este es el principal sospechoso de asesinato? Es evidente que fue ella la asesina, la marca de guantes pueden ser suyos precisamente por ser cercana a él. Después, puso el cadáver en el carro, para que así al hacer el truco poder incriminarle mientras él hacía su truco.
Diego: La verdad es que eso tiene más sentido.
Rogelia: ¡No, yo no la maté, apenas la conocía! ¡Esas son falsas calumnias!
Apareció súbitamente un oficial que le entregó unos papeles al comisario. Tengo que reconocer que al final la noche se puso mucho más entretenida de lo que esperaba, aunque me remordía un poco la conciencia por disfrutar el momento teniendo en cuenta que una persona había perdido la vida para ello.
Diego: Mmm, ya veo. Hay un problema con su teoría, señorita Caballero-refiriéndose a la hija mayor-.
Camila: ¿Cómo se atreve?
Diego: Verá, el único momento que tuvo Rogelia para poder matar a la señora fue ayer por la noche cuando estuvo preparando el acto de magia, pero según nuestro forense la mujer murió asfixiada esta mañana, y tanto ella como su marido no vinieron hasta esta tarde que empezaba la fiesta benéfica.
Carla: ¡Está bien, lo admito, fui yo!
Ulises: ¿Usted, dice?
Carla: Sí, yo he estado todo este tiempo con mi madre, era la única que podía haberlo hecho. Lo hice para que no quedara nadie más que yo a quién mi padre pueda dejarle la fortuna.
Ulises: Se equivoca, usted no lo hizo.
Mónica: Entonces, fueron el mago y su pareja, ¿verdad?
Ulises: Nada de eso, de hecho, el culpable ha intentado escurrir el bulto de manera desesperada.
Diego: Déjate de rodeos, dinos, ¿quién fue?
Ulises: Fue usted, señor Caballero.
Cándido: ¿¡Cómo se atreve!? ¡¿Por qué iba yo a querer matar a mi propia esposa?!
Ulises: Primero permítame decirle porque su hija no es la asesina, cosa que me sorprende que no haya acudido en su defensa. Bien, lo primero es que las marcas en el cuello de su mujer son grandes, y se requiere una gran fuerza para asfixiar el musculoso y grueso cuello de su mujer, cosa que su hija no tiene.
Además-continué-, usted tuvo una oportunidad de oro al apagarse las luces, cambiar los guantes con los que asesinó a su esposa antes de que el mago se los pusiera mientras se cambiaba de ropa justo antes de salir al escenario y sacar los guantes auténticos por la puerta que da al jardín exterior.
Cándido: Bonita y retorcida imaginación tiene usted, pero se equivoca en algo. Hace dos días que no veo a mi mujer, llegué de un viaje de negocios que inicié antes de ayer por la mañana y regresé hoy poco antes de que la fiesta comenzara. Además, aunque su truco fuera cierto, ¿por qué yo precisamente? Cualquiera pudo haberlo hecho en el tiempo que estuvo el humo del acto de magia en el escenario.
Diego: Ulises, hemos inspeccionado la parte más cercana a la puerta y los guantes que mencionas no están, así que no los tiró por la parte que da al jardín.
Ulises: Entonces eso significa que los lleva encima aún, por eso quiso salir después de ver el cadáver, para deshacerse de las pruebas.
Diego: Entonces no le importará que miremos lo que lleva encima en su ropa, ¿verdad?
Cándido: Claro que no, soy inocente.
La policía examino todo su traje incluso la ropa interior, lo único que encontraron fue cinta aislante y unas tijeras. Pero, ¿cómo encajaban esos objetos en mi teoría, acaso me equivocaba? Entonces tras unos segundos pensando, ya caí en la pieza que me faltaba.
Ulises: Comisario, dígale a todos sus hombres que busquen lo siguiente el jardín.
Diego: ¿Cómo dice?
…
Está bien.
La cara de Cándido empezó a cambiar, y ponerse más nervioso. Su mayordomo le miraba.
Ulises: Señor Caballero, reconozco que el hecho de que no tuviera los guantes encima ni estuvieran cerca de donde dije que usted los soltó me dejó perplejo y sin pistas, hasta que caí que me faltaba un elemento clave, no ya del caso, sino del truco de magia. Y eso era el conejo de la chistera. Un agente lo ha encontrado en unos matorrales bastante lejos de aquí, por algo los conejos son capaces de correr mucho.
La razón-continué hablando- por la que quería salir antes era para atrapar al conejo con tiempo suficiente para deshacerse de él, ya que el mismo llevaba los guantes de tela con los que asfixió a su mujer; y los llevaba pegados con cinta aislante, la misma que usted tiene. Liberó al conejo para deshacerse temporalmente de las pruebas en el poco tiempo que tenía para cambiar los guantes entre que se apagaban las luces y volvía a su mesa.
Cándido: Hay un error, recuerde que el forense dijo que mi mujer murió sobre esta mañana, y yo no la veía desde hace dos días.
Ulises: Por eso usted conservó en bolsas al vacío las partes del cadáver, para que el óxido del aire no lo pudriera demasiado y así enmascarar la fecha de la muerte de su mujer. Pero como tuvo que sacarlas rápidamente, se le olvidó quitarle una de las bolsas al pie. No sé dónde las escondió, pero los guantes le incriminan claramente, tienen huellas suyas y sangre de la víctima.
Mayordomo: Lo siento señor, no puedo continuar con esto. Aquí las tiene, señor detective, usted ha ganado. El señor Cándido pretendía hacerme a mí su sucesor en el testamento después de ver que la señorita Carla mantenía relaciones ilícitas con su trabajador, así que propuso matar a su esposa e intentar hacer una trampa para que ella se declarara culpable y de esa manera ser yo el único que quedara para el testamento. Pero la señora, a pesar de lo mal que le trataba a mi señor y sus abusos de dinero y poder, no merecía acabar de esa manera. Arrésteme a mí en su lugar, se lo pido.
Diego: No se preocupe, irán los dos juntos a la cárcel, así usted no dejará de ser su mayordomo jamás.